Tu vida entera se basa en fingir que no te duele. En inventarte emociones y sentimientos para tratar de encajar en un lugar del cual nunca fuiste parte. No te quieres y no te dejas querer. Sólo vas por él mundo culpándote por cosas de las cuales no eres culpable y llorando penas antiguas. Todavía tienes esperanzas, no has perdido todo, esperas que haya una luz en tu interior que no se haya apagado. Una luz que te guie a donde puedas encontrar, de una vez, lo que perdiste.

jueves, 27 de enero de 2011

Capitulo Uno ~

Mi Abcórdo querido
Thea se saco las botas mientras se sentaba lentamente sobre su cama. Recién llegaba de su última clase del día y estaba agotada. Era tarde y ya había anochecido, por lo había decidido que era mejor no estar deambulando sola por el campus y volver a su casa.
En ese momento, lo único que quería hacer era meterse a la cama y dormir el tiempo suficiente para volver atrás y que todo empiece de nuevo. Volver a empezar, desde cero, sin recuerdos ni nada que la lastimara. Había llegado a un punto, en el que solo veía su vida como un sueño, no se sentía parte de nada, ni de nadie. Flotaba por encima de todo, intentando agarrar algo y despertarse. Despertar su mente, sus sentimientos.
Cerró los ojos y los apretó fuertemente contra sus manos, tratando de despejarse. Se acordó por un instante del accidente y sintió como una aguja imaginaria se clavaba en su cabeza. Lentamente se iba hundiendo en sus recuerdos, haciendo sangrar cada parte de su ser. Sacando para afuera cada pequeño pedazo de su vida, aquellos mismos que se convertían en piedras en su futuro. 
No podía controlar esa sensación, era el peor dolor que podía sentir. Sus músculos en las piernas se iban tensando hasta que se acalambraban y ella empezaba a doblarse sobre sí misma hasta terminar abrazándose. No habría los ojos, simplemente sentía como el agua salada empezaba a llegar a su boca y mojaba sus labios fruncidos y secos. Cuando ya no podía más y sentía como esa maldita sensación de  culpa y tristeza rebalsaba su mente, desgarraba sus cuerdas en un grito atroz.
Dolor. Dolor. Eso era lo único que sentía. Su único y más presente recuerdo. Simplemente dolor. Nada más y nada menos.
El grito se convertía en un quejido. Un sollozo que se desvanecía en el aire hasta perderse por completo. Luego, la presión de sus ojos se despedía y desaparecía, mientras estos quedaban inertes y dormidos.
Cuando dormía era el único momento en que podía tranquilizarse y dejar de sentirse mal, vacía, sola. Simplemente su mente lograba apagarse, dejar de existir durante el tiempo que viajaba por el reino de Morfeo.
Tranquilidad.
~*~ 
La primera vez que Athea vio a Franz le pareció la persona más agradable que había conocido. No le interesaban las frivolidades que parecían llenar el mundo que la rodeaba ni confiaba demasiado en las apariencias.
Era un hombre, totalmente convencido de la relatividad del mundo. Lo que hoy era blanco, mañana perfectamente podía oscurecerse y ser negro.  Sin embargo, tenía la increíble capacidad y virtud de jugarse por lo que creía, por los que quería. Eso era lo que ella admiraba, no solo en Franz sino en cualquier ser humano capaz de poseer tan valiosa virtud.
Para Thea, la vida era bastante parecida a esos juegos en los cuales se apostaba todo.  Podías ganar  o perder, pero por lo menos no tenías después, los remordimientos provenientes de no haber hecho lo suficiente. No había nada más inspirador que la adrenalina que uno podía llegar a sentir cuando estaba al borde del precipicio, en ese centímetro exacto que separa la vida de tu propia muerte. En una milésima de segundo, podías cambiar de mundo tan radicalmente que cualquiera quedaría asustado. Podías sentir, aunque fueras la piedra más fría, ese aire corriendo dentro tuyo y gritando por adrenalina.
Franz representaba exactamente eso. Apostar a la vida para intentar vencerla, por más que no siempre ganará  y a veces debiera pagar serias consecuencias. Y Thea, simplemente quería lograr poder imitarlo.
─¿Cómo estas niña? ─preguntó Franz mientras le servia una gran taza de café a su amiga, sentada del otro lado de la barra.
Franz trabajaba en un café cercano al Campus de la Universidad para así poder pagar sus estudios en Psicología.  Era un lugar amplio y bastante bohemio, en el que muy pocos estudiantes quedaban.
Su dueño, Mr. Locksher, era un excéntrico cuarentón, que había creado el lugar en sus años mozos y lo usaba como biblioteca personal. La mayoría de las paredes estaban llenas de libros, cubiertos a su vez por gruesas capas de polvo y la evidente escasez de mesas normales, se compensaba con amplios sofás antiguos dispuestos a través de toda la estancia.
El café “Abcórdo” estaba en una esquina, alzándose en un edificio de  dos plantas, de principios de siglo y con fachada de madera oscura. La mayoría de los estudiantes que pasaban por ahí, ignoraban completamente su presencia, prefiriendo siempre lugares más modernos y en cierta parte… limpios. Porque, ni Mr. Locksher ni Franz se caracterizaban por su limpieza.
Locksher, pocas veces bajaba al café-su departamento quedaba en planta superior, conectada al café por una escalera  caracol de hierro verde botella- y si lo hacía era cuando podía estar en paz con sus libros y sus puros cubanos.
A Thea, las pocas veces que la encontraba sentada siempre en la barra, la miraba expectante y hasta temeroso, procurando huir rápidamente, pero ella no daba demasiada importancia a las ocurrencias de un viejo algo loco.
─Normal─contestó Thea mientras ojeaba un libro de tapas negras que tenía en sus manos─¿Locksher no se preocupa si tomas prestados sus libros?
Franz se encogió de hombros, quitándole importancia al asunto, como hacía habitualmente. En su lugar, se sirvió el mismo una taza de café.
─No creo que sepa que libros tomo─dijo con pasividad mientras hacia una mueca graciosa y señalaba con su mano el piso superior─Además arriba tiene todavía más libros. A veces creo que tiene una poción para la inmortalidad, porque no creo que haya leído todos esos libros.
─Por ahí los heredó─Thea no solía mostrar demasiado interés en ningún asunto que no estuviera relacionado con algo vital. Si consideraba que el tema era demasiado vanal, solo movía los músculos faciales de su mandibula en lo que era su mejor sonrisa y reía falsamente.
Tan falsamente que hasta había llegado a crear que eso era la máxima veracidad que podía dar.
─Es que es raro de cojones─contestó  el chico con los ojos abiertos.
Franz había conocido a Mr. Locksher cuando entro al Café pensando que era una librería y este lo hecho espetándole que no era más que un niño insolente y sin mucha materia gris. Y Franz no sé caracterizaba por dejarse pisotear y no dudo en iniciar una pelea mental y verbal con el susodicho. Intercambiaron un centenar de frases inteligentemente hirientes para demostrar su grado de inteligencia y un par de insultos para sacar a flote su hombría.
Al final, el diablo ganó por viejo y Franz terminó como asistente del excéntrico que usaba un café como biblioteca personal.
─Pues renuncia─dijo Thea suavemente a pesar de saber de antemano la debilidad de su argumento y la respuesta de su amigo.
─Necesito la plata─los ojos marrón oscuro del chico se entornaron y tomó con cariño los finos y blancos dedos que hacían en ritmo de una solemne canción─Y además es el único jefe que me deja robar primeras y únicas ediciones sin decirme nada. Y ni siquiera le importa si atiendo o no el café.
Thea miraba hipnotizada la mano de su amigo sobre la de ella y se sentía terriblemente débil. Débil e hipócrita. Cuando estaba con Franz se sentía la peor de las mentirosas, la persona más patética del mundo.
Al compararse con él, se sentía perdía en la oscuridad de la que tanto había querido escapar. Era pequeña, frágil en comparación de la grandeza interior que tenía Franz. Esa determinación y tenacidad para luchar por la vida.
─Bueno, entonces, seguirás proporcionando libros interesantes a la gente que lo valga─dijo Thea sacando la mirada de las manos y cogiendo con su mano libre la taza de café─Eres como un traficante de libros y en vista de la pobreza cultural que podemos observar en estos días, yo me uno a tu organización.
─Bueno, ya somos dos─Franz alzó los ojos en un fingido mohín teatral─Creo que somos la organización ilegal más grande de libros del país. O del mundo, quien sabe.
Y Thea, sonrío. Y sus músculos, como rara vez pasaba, no se sintieron forzados a hacerlo.
~*~
Mike se dejo caer con pesadumbre sobre el sofá blanco de su sala de estar.
En la mesa ratona a sus pies, había una pila de libros y expedientes que tapaban el vidrio decorado artesanalmente que la adornaba. Era el principio de una larga y cansina noche de trabajo en la cual, no iba a tener ni sexo, ni borracheras descomunales que le hicieran recordar su preciada adolescencia.
Vaya mierda.
─Dime porque diablos tuve que elegir este trabajo Dios─masculló entre dientes mientras tomaba una de las carpetas que estaban en el extremo izquierdo y le echaba una mirada profunda.
A veces llegaba a detestar de una manera increíble su trabajo. Odiaba llenar esos papeles, sistemática y ordenadamente. Era demasiado para él, que era más de actuar rápido.
No le gustaba sentarse todo el día en un box de oficina y ingerir grasas que no iba a quemar nunca, para quedar como su jefe. Le gustaba más los trabajos que implicaban un cierto grado de actividad física y movilidad, que además de cuidar su cuerpo, le permitiera evitar los problemas que frecuentemente invadían su mente.
Si no era Thea que había tenido una de sus habituales crisis depreso-identidad, era su madre a abandonada por un novio infiel. Y si podía escapar de ellas, venía su hermana con sospechas de embarazo.
Estaba rodeado de mujeres que intentaban boicotear su calidad de vida y estabilidad mental. Siempre estaba ocupándose de problemas ajenos y olvidándose de los propios. Por eso, cuando salía a correr por la ciudad se sentía curiosamente libre. Sin que nadie estuviera poniendo sobre sus hombros un peso ajeno.
Siempre había sido el buen hijo. Calificaciones perfectas, conducta ejemplar, y un largo y penoso etcétera. No podía darle decepciones a su madre, la quería demasiado para eso. Por eso, era el diamante brillante en el oscuro grupo de amigos en el que estaba. Se reía cada vez que recordaba la cantidad de lecciones que había aprendido viendo a amigos drogarse y expulsar el humo de la María por sus fosas nasales sobre sus cabellos rizados. Y a pesar de ser tan diferente a la panda de locos que eran sus mejores amigos, los amaba a cada uno. A su manera y por sus cualidades individuales.
Porque Mike ante todo, era un hombre de principios.
Bueno, quiero agradecer a los que comentaron, a los que se hicieron seguidores, a los que me ayudaron en este proyecto y a los que confiaron en el. 
Un gran y fuerte ¡gracias!
Y si llegaron hasta acá, un comentario no les cuesta nada. Aunque sea para insultarme. Y si andan cortos de tiempo, haganse seguidores, que se agradece ^^ 

*Como algunos podrán llegar a ver, la cabecera representa a todos los personajes que saldran en menor o mayor medida a lo largo de la historia, mientras que los de la sidewar son los que estarán desde el principio. 
Además, en esta historia, es posible que se encuentren diversos guiños. Es probable que haya criticas a la Sociedad, a Instituciones y demás. 
Ustedes son libres de leer.

viernes, 14 de enero de 2011

Introducción.
Athea jamás supo que quería en la vida. Siempre se sintió vacía, sin nada que le llamara suficiente la atención. No había causas que le demandaran la vida, ni emociones que la obligaran a entregarse. Pasaba los días y las semanas buscando siempre aquel “algo” que la sacará de ese pasotismo que odiaba, pero no lograba encontrarlo.
No recordaba ya, cuando había podido largar una carcajada y no sentirla jodidamente falsa. Se había olvidado de lo que se sentía ver un amanecer, o andar toda la noche por la ciudad sin zapatos. Apenas tenía algunos recuerdos de los tiempos felices que había vivido en su infancia.
Cuando todavía podía encontrarle un gusto a la vida y no verla siempre tan gris y desolada. Cuando podía escuchar las risas desaforadas de verdad, sin ningún dejo de falsedad o una mirada que calara hondo en su ser.
Ahora para ella no había nada emocionante, ninguna cosa que le produjera ese cosquilleo en el estómago. Estaba rodeada de un mundo banal y carente de sentido, en el cual ella se sentía ajena a todo.
Estaba tan cansada de tener que pintarse su apariencia, de simular algo que no era cierto. Aparentar ser perfecta, feliz, alegre, cuando en realidad lo único que quería era no tener que ser nada. No tener esos recuerdos tan masoquistas de su pasado, ni llorar por la gente que perdió en el camino de su vida. De verdad quería, dejar de culparse, de sentirse ella siempre la causa de todo el malestar de la gente que la rodeaba.
Ya había tenido demasiadas pelas con su tío, demasiadas relaciones que la dañaban. Deseaba de una vez por todas, poder dejar de lastimarse y lastimar sin darse cuenta. De no ser siempre la misma idiota que deseando ser tan dura como el acero, se había empezado a corroer por dentro.
¿Cuándo había empezado a ser así? ¿Cuando sus palabras se habían tornado tan frías y sus emociones se habían evaporado? No lo sabía, según ella siempre había sido así. Horas y horas con el psiquiatra solo habían arrojado la misma conclusión
“Es incapaz de abrirse en un diálogo sincero y productivo”
Una y otra vez había escuchado esas palabras, susurradas a su tío  en la puerta del consultorio. Su tío frunciendo el ceño y maldiciendo a la estúpida niñata que lo hacía tratar con un montón de deficientes mentales amantes de una ciencia abstracta.
Como si fuera una película, se veía a ella saliendo del consultorio, saludando tácitamente al hombre de bata blanca con la cabeza para luego irse tras los pasos coléricos de su tío. Siempre la misma escena, en diversos lugares, pero siempre igual.
Un día, se dio cuenta de que podía mentir. Que era capaz de sonreír aunque no lo quisiera y engañar a los demás para que pensaran que ya todo había pasado. Contestar con un tono jocoso, hacer alguna broma sin sentido y elogiar corbatas absurdas. Una rutina de actuación de vida que de a poco, le fue dando sus frutos.
La gente comenzó a mirarla distinto, ya no sentía pena ni la evitaba. Ahora todo simulaba ser normal, aunque Thea por dentro estaba peor.  Mentía acerca de lo que sentía, de sus gustos, de sus actos. Y empezó a encaminar su vida, aparentemente normal.
Todo va bien, se decía a si misma. Tal vez, un día su mentira se convertiría en realidad y estaría realmente curada.
─Tiempo al tiempo, tiempo al tiempo…─se decía cada noche antes de dormir.
Realmente esperaba que un día todo mejorara.